Conquista rápida y saqueo cuantioso de Gonzalo Jiménez de Quesada (página 2)
Otras penalidades
de la expedición
Los macheteros, encargados de abrir las sendas, romper
el monte y vadear los ríos, eran los que más
morían, muchos de ellos de picaduras de culebras, del
golpe de los árboles al caer, en los dientes de los
caimanes, o ahogados al atravesar los ríos. El hambre, la
falta completa de alimentos les hacía sufrir
horriblemente. Por dos veces los hambreados descubridores mataron
caballos para comérselos. Jiménez de Quesada supo
atajar este mal con tiempo, prohibiendo bajo pena de muerte que
comiesen carne de caballo, y jurando que cualquiera que lo
hiciese sería ajusticiado en el momento. El caballo era la
defensa más poderosa que llevaban consigo los
españoles, después de las armas de fuego. Nada
espantaba tanto a los aborígenes como un jinete a caballo,
pensaban que el jinete y el animal formaban un solo cuerpo y
aquello les causaba el terror más grande.
Después de caminar ocho meses consecutivos,
apenas habían adelantado poco más de ciento
cincuenta kilómetros. Al fin llegaron al sitio de la Tora,
que los españoles llamaron Barranca Bermeja, en donde
encontraron a su llegada un caserío y cultivos abandonados
por los indígenas. Aquel sitio, frente a dos islas que
dividían el río en cuatro brazos era fácil
para la defensa, propio para hacer alto, rehacerse y dejar
descansar la tropa. Mientras que los expedicionarios tomaban
alientos, Jiménez de Quesada, mandó que se
adelantasen algunas embarcaciones río arriba. Veinte
días duró ausente este grupo de expedicionarios, al
cabo de los cuales regresaron sin haber encontrado cosa notable.
Dijeron que el río se prolongaba hacia el sur por
medió de tierras iguales a las que habían
recorrido, con una monotonía desesperante, pero que en
ninguna parte se veían señales de las ricas
poblaciones que les habían anunciado.
Semejante noticia desconcertó grandemente a los
expedicionarios que trataron de amotinarse, queriendo obligar al
adelantado a que renunciase a continuar la jornada. Manifestaron
sus quejas, diciendo que seguir por aquella vía no era ya
demostración de valor y constancia, sino de
imprudencia y locura. En la Tora estaban peor que en otras
partes, las enfermedades los habían diezmado, los vivos
renunciaban a enterrar a los muertos y los arrojaban al
río, cebando con esto los caimanes. Todo el que se
acercaba a la orilla, fuese a bañarse o a lavar su ropa,
corría el peligro de ser sacrificado por aquellos anfibios
repugnantes y voraces. Planteaban que a medida que subieran el
río la situación sería peor y
perecerían todos, sin haber obtenido el objetivo en bien
del Rey y de España. Pero ninguna de estas razones hizo
mella en la firme voluntad del caudillo, resuelto a continuar en
la empresa aunque fuera a costa de su vida.
Después de pasar tantos trabajos más le
valía morir que presentarse en Santa Marta derrotado por
su propia cobardía. Otros más valientes que ellos,
siguiendo sus pasos, lograrían descubrir las tierras
feraces y llenas de oro que él sabía
existían más adentro. No había duda de que
los mismos que deseaban volverse le maldecirían por
haberles hecho caso. Con la elocuencia hija de la
convicción, y con la astucia y habilidad del abogado,
enseñado a defender aun las peores causas en los estrados,
Jiménez de Quesada, empleando prudentes palabras, sin
manifestar cólera o disgusto siquiera, desbarató
los argumentos que le presentaban los descontentos, y
después de oírles a todos, supo persuadirlos a que
con buena voluntad prosiguiesen la marcha.
Barrancabermeja –
Chipatá
Todos estuvieron de acuerdo que era tiempo perdido
continuar por el lecho del Magdalena, y resolvieron subir
navegando por el río Opón. A poco trecho los
adelantados encontraron una canoa abandonada por los
indígenas asustados con la presencia extraña de los
invasores. En la canoa encontraron algunas moyas de sal
blanca y ciertas mantas de algodón labradas, y más
adelante ranchos con buen número de otras moyas iguales.
Esto probaba que cerca había un depósito de sal y
artesanía textil donde se abastecían estos
indígenas.
Semejantes señales de civilización
llenó de alegría a los conquistadores y les
proporcionó las fuerzas necesarias para continuar
río arriba. Al poco tiempo de continuar navegando notaron
que el río Opón no poseía suficiente caudal
para las embarcaciones que llevaban. Jiménez de Quesada
prosiguió trepando por las márgenes del río
detrás de los macheteros con los doscientos hombres
más aguerridos y sanos que decidieron quedarse con
él.
A los cuarenta hombres restantes les ordenó
regresar a Santa Marta, a cargo del licenciado Gallegos,
con inválidos e inútiles y ciento sesenta soldados
que no servían sino de estorbo. Pocos sobrevivirían
a aquel viaje de regreso, atacados por los indios a las
orillas del Magdalena, quienes les echaron a pique las
embarcaciones. Lograron escapar sólo Gallegos y unos
pocos, y al fin llegaron a dar la triste noticia a Santa
Marta. En pocos días los expedicionarios que continuaron
la conquista vieron de lejos humaredas, caseríos y
cultivos. Descendieron y subieron los conquistadores los cerros
que los separaban, con los sesenta caballos que les quedaban,
pues habían muerto veinte durante el tránsito.
Armados con arcabuces mohosos por las lluvias caminaron llenos de
brío y sin acordarse de los peligros que les rodeaban.
Después de pasar las últimas penalidades llegaron a
la cumbre de Agatá de donde se veía a lo lejos
caseríos pajizos entre campos de maíz, papas, otros
cultivos y árboles frutales. El clima era benigno. No
quedaban sino ciento sesenta de los doscientos hombres que
habían empezado la jornada de ascenso por el Opón.
Los habitantes de aquellos valles se espantaron con el ruido de
las armas de fuego y el aspecto aterrador para ellos de jinetes a
caballo. Algunos se arrojaban al suelo como delante de sus
dioses, otros quisieron impedir que entrasen en sus
caseríos. La mayoría resolvió someterse y
dejarles tomar lo que quisiesen cuando les veían pasar,
pues los consideraban seres sobrenaturales, enviados por una
divinidad para que los ayudasen y amparasen.
En el pueblo de Chipatá que aún existe, el
Capellán del Ejército fray Domingo de Las Casas,
dijo la primera misa en el país, diez meses escasos
después de haber salido de Santa Marta. Como el clima de
Chipatá era más agradable y sano de los que hasta
entonces habían experimentado, resolvió
Jiménez de Quesada permanecer allí el tiempo
necesario para reponer la tropa. Hicieron vestidos con las mantas
que les llevaban los indios, pues con los que habían
salido de Santa Marta estaban destrozados y algunos de los
expedicionarios andaban casi desnudos. Jiménez de Quesada
se ocupó además activamente de informarse acerca de
los pueblos que quedaban en el interior del país y el
sitio donde se fabricaba la sal.
Chipatá –
Funza
Descansados, vestidos y repuestos ampliamente en su
salud, el día 3 de Marzo 1537 Jiménez de Quesada
dio la orden de marcha hacia la tierra de los Chibchas o
Muiscas. A medida que adelantaban en su marcha, los
conquistadores encontraban con sorpresa un país semi
civilizado mucho más culto que todas las tribus que
habían visto en el resto de tierra firme y en las
Antillas. Así como aquellos alegres y cultivados campos
causaron tanta sorpresa a los españoles, su presencia
espantó y llenó de curiosidad a los habitantes de
ellos. El aspecto de los europeos causaba a los indígenas
disgusto o cólera, pero los naturales más
civilizados del interior se llenaban de curiosidad y
salían a recibir a los invasores con respeto, deseaban
saber quiénes eran y de dónde
venían.
Jiménez de Quesada mandó a ajusticiar al
soldado Juan Gordo, quien quitó a unos indios las mantas
que llevaban. Con ello se ganó la estimación y
confianza de los naturales y su marcha hasta Nemocón fue
un verdadero paseo militar, en el que fue recibido con paz y
admiración. Venían los indios a traerles abundantes
comidas y de cuanto tenían, como venados, palomas,
conejos, curíes, , frijoles, hierbas aromáticas y
toda especie de raíces. Después de haber pasado por
la salina de Nemocón, las tropas de Gonzalo Jiménez
de Quesada fueron atacadas por primera vez por las tropas del
zipa. Los indígenas fueron derrotados por los
españoles y fue tomada la fortaleza indígena de
Cajicá, llamada Busongote. Las notables proezas de los
soldados de Jiménez de Quesada subyugaron a los
innumerables indígenas que poblaban la sabana de
Bogotá.
El adelantado contempló de lejos la
magnífica extensión de la llanura, cubierta de
alegres cultivos y poblada con bohíos pajizos, de forma
cónica, con un cielo puro y despejado, en el cual
lucía un sol ardiente y soplaba un aire fresco y
delicioso. Esto y el aspecto casi civilizado de los pobladores
indujeron a Jiménez de Quesada a bautizar la Sabana del
zipa con el nombre de Valle de los Alcázares.
Jiménez de Quesada atravesó una parte de
la llanura, se detuvo en Chía donde celebraron la Semana
Santa y fue a acampar al caserío del zipa, llamado
Muequetá ó Funza. Los desmoralizados y humillados
indígenas no pudieron resistir a los ciento sesenta
hombres del adelantado, a pesar de los centenares de guerreros
con que contaba la sabana. Jiménez de Quesada trató
de entablar negociaciones con el zipa, pero éste no se
dejó ver de los invasores, ni dio jamás una
respuesta clara y categórica. Mientras tanto el zipa
enviaba mensajeros a diferentes sitios para entenderse
secretamente con los demás caciques, pero sin lograr
coaligarse con ellos para atacar a los Conquistadores. Les
creían enviados directamente por una divinidad y no se
atrevían a hacerles la guerra.
Conquista de
Tunja y Bogotá
Jiménez de Quesada enviaba a su vez frecuentes
expediciones a someter a los caciques de los alrededores. Se
dirigió personalmente al norte, en busca de un reino rico
del que tuvo noticia, en donde no solamente se encontraba oro,
sino minas de esmeraldas, cuyas muestras habían llenado de
codicia a los conquistadores. El 20 de Agosto de 1537 llegaron a
un punto de donde los conquistadores vieron por la vez primera el
sitio donde reinaba el Zaque de Tunja o Hunsa, Quemuenchatocha,
un valle ferroso, árido y desgarrado, sin
vegetación ni suelo cultivable. Arrimado a los cerros de
occidente se encontraba el rancherío pajizo de Tunja.
Jiménez de Quesada estaba tan embriagado de alegría
como los suyos, y no pudo detener a los españoles en su
marcha. Los españoles picaron sus caballos y atropellando
a los espantados indígenas, que habían salido a ver
aquellos seres sobrehumanos, llegaron hasta el bohío del
zaque.
Allí Jiménez de Quesada con Antón
de Olalla y doce compañeros más se desmontaron de
sus caballos y penetraron hasta el sitio en que estaba el zaque
rodeado de sus cortesanos. Tanto él como los que le
rodeaban estaban vestidos con mantas de algodón y
adornados con medias lunas de oro. Antón de Olalla se
apoderó del anciano Zaque y atravesó con él
hasta donde lo esperaban sus compañeros, amenazando matar
al cautivo si sus súbditos trataban de
atacarlo.
Al enterarse de que los europeos merodeaban por sus
tierras, Quemuenchatocha no se movió de su cercado, ni
adelantó actos de agresión contra los invasores.
Prohibió bajo graves penas que se les indicara el camino a
su cercado y cuando se enteró de que se aproximaban, les
envió regalos y emisarios de paz, buscando detenerlos
mientras guardaba sus tesoros y se ponía a salvo. La
estrategia no surtió efecto. El 20 de agosto de 1537 los
españoles lograron tomarlo preso y saquearon su
población. Este varón anciano, de gruesa
corpulencia, sagaz, astuto y cruel, fue llevado hasta Suesca, con
la esperanza de que revelara el sitio donde había ocultado
parte de sus tesoros. Durante su ausencia se designó
heredero a su sobrino Aquimín. Una vez liberado
Quemuenchatocha se retiró a Ramiriquí, donde al
poco tiempo murió. Los españoles encontraron en
Tunja, oro, esmeraldas, plata, mantas y otras curiosidades. No
lograron apoderarse de todas las riquezas del Zaque, pues los
cortesanos lograron salvar parte de ellas en petacas de cuero de
venado, que ocultaron en los cerros vecinos.
Tunja –
Sogamoso
Después que el conquistador Gonzalo
Jiménez de Quesada en Tunja, apresó al soberano de
aquellas tierras y saqueó todo el oro de sus
asentamientos, se dirigió con parte de su regimiento hacia
el templo de Sogamoso. El mismo día llegaron al poblado de
Paipa, donde pasaron la noche. Al día siguiente
continuaron hacia el asentamiento del Tundama en Duitama donde
llegaron antes del medio día. El cacique Tundama
había logrado reunir guerreros de los caciques Onzaga,
Zerinza, Sátiva, Chitagoto, Susa y Soatá.
Trató de impedir el asalto a sus dominios, enviando al
conquistador algunos regalos junto con el mensaje de que se
detuviera mientras él le enviaba 8 cargas de oro que
estaba recogiendo entre sus caciques vasallos. El conquistador
cedió al halago de esa oferta pacífica y
esperó. Mientras tanto el soberano indígena
ordenó a todos sus súbditos poner a salvo sus
riquezas, sus objetos sagrados, sus mujeres y sus niños.
El ejército español contaba con un buen
escuadrón de indios amigos, bogotaes y tunjanos. Hacia las
tres de la tarde el Tundama ordenó a los suyos enfrentar a
los conquistadores. El contingente de Jiménez de Quesada
arremetió con violencia contra los indígenas
dispuestos a resistir el asalto. Al poco tiempo huían en
desbandada, dejando numerosas víctimas en el campo. En una
de las escaramuzas que precedieron el enfrentamiento estuvo a
punto de morir el general Gonzalo Jiménez de Quesada.
Jiménez de Quesada ordenó saquear precipitadamente
el poblado y antes de la puesta del sol sometía los
dominios del soberano religioso Suamox, donde se encontraba el
monumental templo del Sol lleno de riquezas sagradas. Un templo
construido sobre recios maderos de guayacán provenientes
de los llanos Orientales, el piso y las paredes recubiertos en
espartillo, con techo trenzado en paja, cuyas entradas eran muy
pequeñas. En ciertas partes altas del templo había
platos o patenas de oro que resplandecían con los rayos
del sol y en su interior se encontraban ricos enterramientos de
personajes principales.
Saqueo e incendio del templo de
Sogamoso.
Los asaltantes encontraron cadáveres
embalsamados, adornados con objetos de oro y piedras preciosas y
procedieron inmediatamente a despojarlos de todas sus joyas.
Finalmente incendiaron con sus antorchas el templo. En aquella
noche del 25 de agosto de 1537 los soldados de Quesada recogieron
más de 600 libras de oro equivalentes a 80.000 ducados,
sin contar las esmeraldas, telas finas y otras joyas. Temerosos
de que los indios preparasen un gran ataque contra ellos y les
hiciesen perder aquel apreciable botín, regresaron
rápidamente a Tunja.
Duitama
Suesca
Después de derrotar al cacique Tundama de
Duitama, en una de cuyas refriegas Jiménez Quesada
corrió el riesgo de perder la vida, volvió
á Suesca. Después de un año de la llegada de
los españoles a la sabana de Bogotá, no
habían podido saber nada del zipa, oculto y desconfiado
siempre. De continuo los conquistadores se veían atacados
por indígenas ocultos, cuando iban en poco número
por sitios en que no podía actuar la caballería.
Uno de los agresores apresado por medio de tortura confesó
ser enviado por el zipa Thisquesusa y llevo al General
Jiménez de Quesada con una pequeña tropa de
soldados al campamento de Thisquesusa. Los indios trataron de
defenderse, Thisquesusa pudo huir a tiempo, y el soldado
español, llamado Alonso Domínguez Beltrán al
verlo pasar lo mató, con el pasador de una ballesta, sin
conocerlo. Los indígenas lograron escapar,
llevándose el cadáver de su soberano, y unos
días después se supo lo sucedido.
Suesca –
Bosa
Como los indígenas seguían molestando a
los españoles por estar acampados en sus
rancheríos, Jiménez de Quesada trasladó el
campamento á Bosa, en donde podía defenderse mejor.
En aquel lugar se le presentó Sagipa, el nuevo zipa, a
pedir auxilio a los Españoles contra los indios Panches,
sus enemigos naturales, que eran, además, feroces
caníbales. Llevó a cabo gozoso el Jefe
español aquella coyuntura de atacar a los Panches, ayudado
por los Chibchas. Después de vencerles pidió como
recompensa los tesoros del Zipa Thisquesusa. Sagipa
aseguró que no los tenía en su poder; que
Thisquesusa los habla distribuido entre sus vasallos a la llegada
de los españoles. Naturalmente no le creyeron, y Quesada
lo hizo apresar y torturar para que confesara. El desgraciado
zipa murió en el tormento que le dieron. Los indios
quedaron con una tristeza y un sentimiento muy grandes hasta sus
propias muertes. La reputación de Quesada sufrió
mucho con la muerte del zipa, y le impidió ganarse
recompensas que su conquista podía hacerle merecer.
Humillados quedaron los chibchas, y desde entonces fueron
sometidos a las leyes españolas.
Fundación
de la ciudad de Santafé de Bogotá
Sometidos los pobladores de la sabana de Bogotá,
Jiménez de Quesada resolvió fundar una ciudad en el
sitio de recreo del zipa en Teusaquillo. Mandó a edificar
en aquél sitio doce casas de paja, en conmemoración
de los doce apóstoles, en torno de una iglesia
también pajiza. El 6 de Agosto de 1538 tomó
posesión de aquel lugar en nombre del emperador Carlos V y
el padre Las Casas dijo su primera misa. Jiménez de
Quesada llamó Santafé de Bogotá a esta
ciudad por su semejanza, con la ciudad española de
Santafé. En adelante todo el territorio descubierto por
Jiménez de Quesada se llamaría Nuevo Reino de
Granada en recordación a su ciudad natal.
La nueva población era, sin embargo, un
campamento militar.
Reparto del
botín
Empezaba el año de 1538, y no era raro que los
conquistadores, que habían sufrido penalidades indecibles
durante cerca de dos años, desearan saber qué
habían ganado en toda la expedición. Repartieron el
erario real de cuarenta mil pesos de oro fino, quinientas sesenta
y dos esmeraldas y algún oro de baja ley.
Correspondió quinientos veinte pesos a cada soldado de a
pié, el doble a los de acaballo, el cuádruplo a los
oficiales, siete porciones al general jefe y algunos premios a
los que más se habían distinguido. Entre todos se
hizo una contribución para unas misas por las almas de los
que habían muerto en la campaña, y se
entregó al padre Las Casas. Tanto Jiménez de
Quesada como sus compañeros, obtuvieron mucho más
oro del que declararon oficialmente; pues tal suma no corresponde
a la fortuna que todos ostentaron tener después. Ni al
derroche de los grandes caudales que Jiménez de Quesada
hizo durante los doce años de su posterior permanencia en
Europa.
Hacía ya más de un año que
Jiménez de Quesada estaba en posesión de las
tierras del Imperio Chibcha por él conquistado, cuando
supo la nada agradable noticia que Nicolás de Federmann,
se acercaba a la sabana de Bogotá por los llanos de
Venezuela. Se apresuró, a tratar de ganarse la buena
voluntad de los conquistadores que llegaban. Celebró con
ellos un convenio amistoso dándoles diez mil pesos en oro
y ofreciéndoles que todos sus oficiales y sus soldados
podían permanecer en el Nuevo Reino de Granada, gozando de
los mismos privilegios que los conquistadores que partieron de
Santa Marta. Pocos días después Jiménez de
Quesada se alarmó con la noticia que le llevaron unos
indígenas de que por el Sur llegaba una nueva tropa de
europeos. Jiménez de Quesada envió a su hermano
Hernán Pérez de Quesada a que averiguase lo que
acontecía. Hernán Pérez de Quesada se
encontró con Sebastián de Belalcázar que
venía desde Quito por los ardientes caminos del valle de
Neiva. Jiménez de Quesada entabló negociaciones con
Belalcázar cuando subió a la Sabana y acampó
a la entrada de ésta.
Final del
gobierno de Gonzalo Jiménez de Quesada
Los tres jefes lograron ponerse de acuerdo, en viajar
todos juntos a España a pedir la recompensa que cada cual
creía merecer por sus descubrimientos. Jiménez de
Quesada antes de alejarse nombró Gobernador interino a su
hermano, eligió Alcalde y Ayuntamiento, Regidores y todo
el tren necesario para la constitución de un Gobierno.
Nombró como cura al Capellán de la
expedición de Federmann, el bachiller Juan Verdejo. La
expedición de Jiménez de Quesada se aumentó
y reforzó, con la mayor parte de los conquistadores de
Federmann y Belalcázar que decidieron quedarse en
Santafé. Jiménez de Quesada se embarcó con
Belalcázar, Federmann, el padre Las Casas, varios
españoles e indígenas suficientes para guiar las
embarcaciones. Tres años después de haber
salido de Santa-Marta hacia el territorio de los Chibchas,
Gonzalo Jiménez de Quesada se dirigía a Cartagena,
a mediados del mes de mayo de 1539, con Federman y
Belalcázar pues allí los esperaba un navío
que los llevaría a España.
Autor:
Rafael Bolívar
Grimaldos
De:
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |